viernes, 14 de noviembre de 2014

Hacia una aproximación de la Ecología Política




I.             INTRODUCCIÓN


En las últimas décadas se ha vuelto común escuchar términos tales como cambio climático, calentamiento global, escasez de recursos, degradación, huella de carbono, conflictos de uso, desarrollo sostenible, etc. Palabras estas que denotan una cuestión palpable y que trascienden a toda la humanidad, materias que dejaron de ser objeto de estudio de un grupo de investigadores de las ciencias naturales y sociales, o científicos enclaustrados en laboratorios u observatorios, a saber: el daño al medio ambiente.

Es consabido que el ambiente, entorno o medio ambiente (este último término considerado un pleonasmo), como generalmente lo conocemos por su gran difusión, es la conjunción de seres bióticos y abióticos dentro de un espacio y tiempo determinado, que se relacionan de forma dinámica e interdependiente.

Cuando hablamos de medio ambiente, por tanto, nos referimos a un suprasistema que contiene otros subsistemas -en términos de la Teoría General de los Sistemas postulada por Von Bertalanffy- y que involucra a determinados fenómenos naturales y sociales,  no solo en su calidad de partes y procesos aislados, sino también las incidencias de los mismos dentro de una organización u orden que los unifica, en constante transformación.

Esto quiere decir, entonces, que el planeta Tierra se encuentra en continuo cambio, y por consiguiente, el ser humano, como parte integrante de la misma, debe ir evolucionando conjuntamente en todos los aspectos de su existencia, sea política, social, económica o culturalmente.

Cabe entonces efectuar las siguientes interrogantes: ¿Que está sucediendo en nuestro entorno para que términos como los mencionados al inicio de la presente alocución se encuentren arraigados en el consciente colectivo? ¿Existen políticas eficientes para enfrentar y remediar los efectos de la acción antrópica sobre el  ambiente? ¿La humanidad es consciente del concepto antes referido sobre el medio ambiente, que engloba tanto a la propia sociedad como a la naturaleza, en un todo indivisible?

II.        ESBOZO SOBRE LA RELACIÓN HISTÓRICA ENTRE EL HOMBRE Y SU ENTORNO

Como se ha manifestado, las interacciones entre los sujetos dentro de un sistema como el medio ambiente son dinámicas, por lo que se encuentran en constante cambio. Ello significa que la percepción y consecuente relación del hombre con la naturaleza ha sido distinta a lo largo de los años.

Analicemos brevemente la coexistencia de dicho binomio en el curso de las etapas o edades de la historia:

Prehistórica: en la cual el hombre concebía a la naturaleza como una deidad, que invocaba en ritos, dotada de poderes mágicos. El hombre mantenía un sentimiento de unidad con la naturaleza, al extremo de confundirse con la misma;

Antigua: en sociedades organizadas como los imperios de Egipto, Grecia y Roma, el hombre tenía mayor control e injerencia sobre la naturaleza sin modificarla considerablemente, y su economía se sustentaba básicamente en la producción agrícola, el comercio y la ganadería;

Media: se profundiza y tecnifica la agricultura dentro de los feudos y empiezan a existir los denominados cotos de caza, establecidos por los señores feudales, no existiendo tampoco mayor alternación al ambiente;

Moderna: en este estadio histórico, conjuntamente con el comercio colonial, se incrementa la investigación científica (origen de la imprenta), el crecimiento demográfico (colonizaciones) y el fortalecimiento de una clase mercantil, y
Contemporánea: se concibe a la sociedad como la cumbre del desarrollo histórico (tanto el idealismo de Hegel como el positivismo de Auguste Comte) y se arraiga la explotación de los recursos naturales como consecuencia de la denominada revolución industrial. Es una sociedad plenamente antropocéntrica, por lo que se pierde el respeto por la naturaleza como parte de un todo y se considera un instrumento al servicio del desarrollo.

No hay que negar que la explotación de la naturaleza por parte de la incipiente industrialización, al inicio, crea un espacio favorable para el desarrollo de las ciencias naturales. Durante los años 1840-1850, varios centenares de investigadores de la historia natural se dedicaron a la práctica y contemplación del campo, y se legisla para proteger la estética de los paisajes, por lo que se crean varios parques naturales de conservación: Yellowstone, en los Estados Unidos de América (1872), Parque Nacional de Europa en Suiza (1914) y el Parque Nacional de la Montaña de Covadonga en España (1917) (MARCELLESI, 2008).

El umbral de una conciencia ecologista

La segunda guerra mundial trae consigo devastadoras consecuencias políticas, económicas y sociales. Ciudades, industrias, nudos ferroviarios y carreteras quedaron seriamente dañados en todo el continente europeo. Se calcula que Europa perdió aproximadamente el 50% de su potencial industrial, así como también ocurrió con Japón. El sector agrícola se vio profundamente  vulnerado, originándose una crisis alimenticia en Europa y parte de Asia.

Dentro de este contexto de debilitamiento de las economías nacionales europeas, así como de declive de su poder mundial, se fortalece la economía estadounidense y su presencia en el marco político global, enfrentándose a nivel ideológico el poder hegemónico con la Unión Soviética.

Se instaura así el Plan Marshall, denominado oficialmente European Recovery Program o ERP, como una iniciativa de los Estados Unidos de América para la reconstrucción material y la entrada de Europa en la segunda revolución industrial, a través de una visión fordista, caracterizada por una producción y consumo de masas.

Enmarcado en una dialéctica desarrollista y una competencia geopolítica a ultranza entre el bloque capitalista y el comunista, este plan se suma a un esfuerzo mundial sin precedentes al servicio de la idea de progreso (MARCELLESI, 2008).

Frente a esta bipolarización del mundo, a finales de los años cincuenta, aproximadamente, el hombre empieza a darse cuenta de que el desarrollo económico -a través de una actividad industrial a gran escala- poco a poco estaba devastando y alterando el equilibrio de las fuerzas de la naturaleza. La protección de la naturaleza se plantea como un ajuste al margen de la ideología dominante que glorifica la modernidad, y como una cruzada moral a favor de la estética y la conservación del entorno natural y de la vida salvaje.

En la década de los sesentas y setentas empieza a fortalecerse el pensamiento ecologista, el cual se arraiga en los movimientos juveniles de artistas, pacifistas, feministas, libertarios, propios de esta época de reflexión y liberación del status quo imperante, así como por determinados descubrimientos científicos trascedentes, como el lanzamiento del transbordador Apolo VIII (1968) que emite una alerta sobre la fragilidad del mundo al capturarse imágenes del planeta, en las que se observa el terrible poder depredador de la especie humana contra la misma, y el nacimiento de la hipótesis de Gaia (1969) del investigador británico James Lovelock, cuya polémica teoría, aún vigente, señala que la tierra se comporta como un ser viviente que, a través de procesos fisicoquímicos, se autorregula y mantiene unas condiciones de vida ideales.
Esta revolución mundial de 1968, en la línea del concepto de Wallerstein, marca una ruptura profunda con los movimientos de la izquierda tradicional y la aparición de nuevas aspiraciones transformadoras (MARCELLESI, 2008).

Otros hechos que cabe comentar brevemente, es la publicación de la revista The Ecologist (1970) por el activista británico Edward Goldsmith, que poseía gran variedad temática y cuyo eje central era el medio ambiente, y que estimula a sus lectores para que formen grupos y hagan frente a los problemas globales a una escala local. Asimismo, el nacimiento del grupo Greenpeace (1971) en Vancouver, Canadá, como consecuencia de los experimentos nucleares que iban a realizar los Estados Unidos en las islas Aleutianas, Alaska, precisamente en Amchitka, que iba a afectar el hábitat de colonias de aves de gran valor ecológico.

Así las cosas, este espíritu ambientalista en formación, se institucionaliza en la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Medio Humano, realizada entre en Estocolmo, Suecia (1972), que fue el primer gran discurso de la ONU sobre cuestiones ambientales internacionales, la cual condujo a la creación Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), y en donde se proclama que:

“El hombre es a la vez obra y artífice del medio ambiente que lo rodea, el cual le da el sustento material y le brinda la oportunidad de desarrollarse intelectual, moral social y espiritualmente. En la larga y tortuosa evolución de la raza humana en este planeta se ha llegado a una etapa en que, gracias a la rápida aceleración de la ciencia y la tecnología, el hombre ha adquirido el poder de transformar, de innumerables maneras y en una escala sin precedentes, cuanto lo rodea. Los dos aspectos del medio ambiente humano, el natural y el artificial, son esenciales para el bienestar del hombre y para el goce de los derechos humanos fundamentales, incluso el derecho a la vida misma.”
(el subrayado es nuestro)

En abril de 1986, ocurre la catástrofe de Chernóbil, que a decir de MARCELLESI marca profundamente las mentes y refuerza aún más el imaginario colectivo ecologista, al evidenciar la globalización y la ausencia de fronteras para los problemas ecológicos y sus repercusiones sociales, y cuyo ejemplo del carácter transnacional de la crisis ecológica, como generadora de pobreza e inseguridad y como paradigma de una sociedad autoritaria basada en un progreso tecnológico ciego -la lucha contra la energía nuclear- se ha mantenido hasta la fecha como factor de identificación y señal de identidad de la ecología política.

En el año 1987 se publicó el Informe Nuestro Futuro Común -Informe Brundtland- en el que se define por primera vez el desarrollo sostenible como el que responde a las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para responder a las propias.

Frente a estas y otras circunstancias, que podría ser materia de un vasto estudio, en el año 1992 se llevó a cabo la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo (Rio, Brasil); surge el derecho del medio ambiente como derecho de tercera generación, reafirmándose y ampliándose los alcances de la mencionada Conferencia de Naciones Unidas sobre el Medio Humano.

En esta conferencia, se reconoció que la acción antrópica desmesurada puede dañar gravemente las condiciones del ambiente, vulnerándose de esa manera el derecho de la persona a una vida saludable y productiva, en armonía con la naturaleza, acotándose que los seres humanos constituyen el centro de las preocupaciones relacionadas con el desarrollo sostenible (principio 1), y en adición que, el ambiente como fuente de insumos necesarios pero finitos, para nuestra subsistencia como especie, debe aprovecharse en armonía  y equilibrio con la naturaleza, por lo que la actividad productiva y el crecimiento económico debe ser sustentable. El principio 3 del referido instrumento internacional sobre el particular a la letra dice: “El derecho al desarrollo debe ejercerse en forma tal que responda equitativamente a las necesidades de desarrollo y ambientales de las generaciones presentes y futuras”.
            Luego de ello, se han realizado numerosas conferencias y reuniones internacionales sobre la problemática ambiental, que como mencionamos en párrafos anteriores no abundaremos, no obstante ello, aún no se ha podido abordar realmente el fondo de la cuestión, que se entrevé desde la realización de las conferencias de Estocolmo y Rio, la cual es que, el hombre desde su concepción antropocéntrica o eje central de todo lo que nos rodea, escritor y personaje de su propia historia, ha siempre relegado la crucial importancia de la naturaleza como parte activa de sí mismo, como continente y contenido de lo existente, visión filosófica que pretende materializar lo que se conoce como ecología política.

III.      ECOLOGÍA POLÍTICA

Según su definición etimológica, se debe entender por ecología política al lugar (polis: ciudad estado y forma de organización política basada en esta) donde se estudia (logos) o debate sobre lo que se hace en la casa (ecos). En otras palabras, la ecología política es aquella ideología política que tiene por objeto estudia, regular y dirigir, a través de estrategias, planes, inversión pública, concienciación de las masas, legislación y otros instrumentos, las interacciones de la sociedad y la naturaleza como partes dinámicas e interdependientes dentro del gran ecosistema de nuestro planeta.

En esa línea de pensamiento, a decir de Enrique Leff, la ecología política construye su campo de estudio y de acción en el encuentro y a contracorriente de diversas disciplinas, pensamientos, éticas, comportamientos y movimientos sociales. Allí colindan, confluyen y se confunden las ramificaciones ambientales y ecológicas de nuevas disciplinas: la economía ecológica, el derecho ambiental, la sociología política, la antropología de las relaciones cultura-naturaleza, la ética política (LEFF, 2003, pág. 18).

Ahora bien, según Paul Robbins citado por Delgado Ramos, el primer concepto de ecología política que fue acuñado por Eric Wolf, en su trabajo Ownership and Political Ecology (1972), versa sobre dos elementos claves. Por un lado, la cuestión del acceso de cara a la propiedad de los recursos, y por otro, las dinámicas de la gestión de los territorios con visión de largo plazo y de innegable naturaleza colectiva frente a la propiedad privada, las acciones individuales y la gestión cortoplacista (DELGADO, 2013).

En ese sentido, como bien lo manifiestan Blaikie y Brookfield en su obra colectiva Land Degradation and Society, la complejidad de las relaciones entre la naturaleza y el hombre, su interacción, las distintas escalas geográficas, los niveles de organización socioeconómicos así como las contradicciones existentes entre el desarrollo social y los cambios climáticos en el tiempo, hace necesaria la concepción de una ecología política (regional). (BLAIKIE y BROOKFIELD, 1987)

Ahora bien, Florent Marcellesi, nos dice que la ecología política introduce novedosos conceptos a la relación entre el capital y trabajo -que han definido hasta la fecha las dos corrientes políticas dominantes con sus diversas matices, el capitalismo y el socialismo- como son la solidaridad planetaria, intergeneracionalidad y interespecies, los cuales redefinen la forma como entendemos la relación entre la humanidad y la naturaleza, en tanto la primera debe comprender que su actuar se debe regir por normas y reglas que internalicen el valor intrínseco del ecos, como parte integrante y en relación horizontal con la misma.

Por consiguiente, se puede señalar en principio, que uno de los puntos neurálgicos de esta nueva forma de gobierno o ideología es considerar dentro de las políticas nacionales e internacionales el valor per se de la naturaleza, no sólo por su rentabilidad o rendimiento crematístico, como eslabón (materia prima) dentro del proceso productivo, sino por su función primaria dentro de este suprasistema natural, como es la tierra, que congrega a diversos factores bióticos y abióticos, los mismos que brindan servicios ambientales vitales para la susbsistencia equilibrada del todo y por ende, deben ser distribuidos equitativamente, en tanto bienes comunes a la humanidad.  

Habiendo trazado algunos conceptos generales de la ecología política, a continuación deshilaremos con mayor profundidad las principales preocupaciones que le han dado origen a esta ideología, aún en pleno proceso de crecimiento y consolidación.

Utilitarismo o instrumentalización de la naturaleza

Leff nos dice que antiguamente la concepción de lo natural era lo que tenía “derecho de ser”, tal como se manifestó en páginas arriba cuando describimos brevemente la relación histórica del hombre con la naturaleza; sin embargo, en la modernidad, la naturaleza se convirtió en objeto de dominio de las ciencias y de la producción, al tiempo que fue externalizada del sistema económico; se desconoció así el orden complejo y la organización ecosistémica de la naturaleza, en tanto que se fue convirtiendo en objeto de conocimiento y en materia prima del proceso productivo (LEFF, 2003, pág. 22)

Esto quiere decir, para los partidarios de la ecología política, que la complejidad viva y real de la naturaleza se subsumió dentro la concepción económica y lógica de los recursos escasos, convirtiéndola en una variable que en conjunción con la fuerza de trabajo nos da un margen o utilidad dentro de una ecuación.
  
Sobre el particular y haciendo una crítica epistemológica, Florent Marcellesi objeta duramente el hecho de que, la regulación de un sistema vivo no se puede realizar a partir de un nivel de organización inferior como es la economía, que actúa con sus propias finalidades. Ello por cuanto, la economía es parte integrante de la sociedad, ella misma parte de la biosfera. Por lo tanto, el mercado —que no es más que una parte de la economía— no puede imponer su modo de funcionamiento al resto de los niveles. Sólo una organización controlada por finalidades globales tiene legitimidad en un sistema ecologista (MARCELLESI, 2008, pág. 5).

Ahora, hay que rescatar que Marx indirectamente reconoció que el valor de la tierra no sólo está determinado por el trabajo del hombre sino también por las fuerzas de la naturaleza que coadyuvan a este último. Tal es así que existen corrientes de políticos verdes o ecologistas que pertenecen a lo que se denomina ecosocialismo (BLAIKIE y BROOKFIELD, 1987).

La naturaleza ha sido, en consecuencia, minimizada y concebida por una abstracción social como la economía, en un simple factor de flujo unidimensional del valor dentro del esquema de la productividad económica, mermándose así su real dimensión y siendo pasible de ser reemplazada por otros valores que sean equivalentes en rentabilidad o utilidad.

En ese sentido, los ecologistas consideran también que el concepto de desarrollo sostenible, desde su perspectiva débil, legitimado en el principio contaminador-pagador no es más que un claro ejemplo de una visión crematística de la naturaleza, la cual debe superarse, para un verdadera protección de la naturaleza.

Sobreexplotación, distribución desigual de los recursos y la pobreza aún imperante

Este punto aborda un tema decisivo dentro de la filosofía de la ecología política que responde a la siguiente interrogante ¿cuáles son las formas de producir, consumir y distribuir en una sociedad global diferenciada?, donde el crecimiento económico, en relación con la disposición de recursos, beneficia a un sector determinado de la sociedad, o de estados” dominantes”, dejando en la marginalidad a poblaciones enteras.

En primer lugar, debemos señalar que la distribución ecológica designa las asimetrías o desigualdades sociales, espaciales, temporales en el uso que hacen los humanos de los recursos y servicios ambientales, comercializados o no, es decir, la disminución de los recursos naturales (incluyendo la pérdida de biodiversidad) y las cargas de la contaminación. (MARTÍNEZ, citado por LEFF, 2003, pág. 20)

La citada explicación podremos comprenderla mejor del simple análisis de los datos obtenidos por Delgado Ramos, en su artículo ¿Por qué es importante la ecología política?, a saber:

§  La población a nivel mundial solo creció cuatro veces a lo largo del siglo xx, empero, el consumo promedio de energía aumentó 12 veces, el de metales 19 veces y el de materiales de construcción –como en el caso del cemento– hasta 34 veces.
§  A finales del siglo xx, 20% de la población concentraba 83% de la riqueza, mientras que el 20% más pobre solo se adjudicaba 1,4% de esta.
§  En el año 2010 se estimó un metabolismo socioeconómico cuya intensidad energética y material fue del orden de 60.000 millones de toneladas de materiales al año y unos 500.000 petajoules de energía primaria. El 10% de la población mundial acaparaba entonces 40% de la energía y 27% de los materiales al tiempo que las asimetrías socioeconómicas seguían prácticamente impertérritas.
§  El estadounidense promedio genere más basura que cualquier otro habitante del planeta. Estados Unidos es altamente despilfarrador: con solo 5% de la población mundial, es responsable de 25% de la generación mundial de basura, con 389,5 millones de toneladas de residuos sólidos al año (o 18 veces el peso de toda la población adulta de ese país).

De la lectura de estos datos, es a todas luces injusta la brecha en la distribución de los beneficios de la explotación de los recursos naturales a nivel mundial, ya sea entre estados (desarrollados y subdesarrollados) así como entre distintos grupos poblacionales, en tanto partimos de la premisa que la apropiación, transformación, distribución, consumo de energía y materiales, que dichos recursos nos provee, son generalmente finitos, por lo que la distribución de sus beneficios debe ser equitativa y solidaria, tanto para las generaciones presentes como futuras.

Esto conlleva, por tanto, a la marginalidad de dichos pueblos, quienes se mantienen dentro del espectro informal, sin oportunidades laborales, que carece de servicios básicos, seguridad social, sin participación o injerencia en las decisiones del estado, etc. (BLAIKIE y BROOKFIELD, 1987).

Generándose asimismo, debido a los efectos interactivos entre los sujetos que conforman un determinado ecosistema, como bien refieren los citados autores, un impacto mayor en el ambiente porque el mismo se degrada tanto por la desmedida explotación de las poblaciones dominantes o favorecidas, por el deseo de incrementar sus ingresos económicos, así como por los bajos niveles de crecimiento que mantienen a un sector de la población en la marginalidad, lo que ocasiona que este grupo contamine, aún más, desde que emplea tecnología precaria para la explotación de los recursos a su disposición.

Tenemos así que, aún persisten países “subdesarrollados” en vías del desarrollo, como el nuestro, exportadores básicamente de materias primas, cuyo estado de pobreza no es consustancial a una esencia cultural o a su limitación de recursos, sino que resulta de su inserción en una racionalidad económica global que ha sobreexplotado a su naturaleza, degradado a su ambiente y empobrecido a sus pueblos (LEFF, 2003, pág. 21).  

Por otro lado, hay que tener en cuenta que la cosmovisión de los pobladores o grupos sociales que hacen uso de los distintos recursos naturales que prevé la tierra es variada, pese a ello, se pretende desde la perspectiva occidental y capitalista, según afirman los partidarios de la ecología política, subyugarlos a procesos e intereses que no se condicen con su realidad, lo que aunado al hecho que existen grandes empresas o grupos económicos que explotan sus conocimientos ancestrales, sin derecho ni retribución equitativa, se ocasiona a la larga que, dentro del sistema económico hegemónico, sigan manteniéndose en la pobreza y marginalidad.

Esto, a decir de Enrique Leff, perpetúa un despojo histórico, del pillaje de la naturaleza y subyugación de sus culturas que se enmascara en un mal supuesto efecto de la dotación y uso eficaz y eficiente de sus factores productivos. (LEFF, 2003, pág. 21). 

La diferenciación y autodeterminación de los pueblos y entidades étnicas

La ecología política reconoce las luchas de poder por la distribución de bienes materiales, pero también y con carácter especial, el valor ideal o conceptualizaciones de los grupos culturales respecto de la naturaleza como parte de su identidad y existencia.

En esa línea, el Informe Brundtland, ha reconocido que la mejor manera para alcanzar un desarrollo sostenible es la descentralización del control de los recursos y la transmisión del derecho de voz y voto a las comunidades locales.

Al respecto cabe destacar que, según la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas, adoptada por el Consejo de Derechos Humanos en junio de 2006 y por la Asamblea General en septiembre de 2007, los pueblos indígenas tienen derecho a la autodeterminación y derechos sobre sus tierras y recursos.

Por otro lado, el derecho al goce de su propia cultura, a la profesión y práctica de su religión o lengua de las minorías étnicas, religiosas y lingüísticas, se ha consagrado en el artículo 27 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos.

En ese sentido, tenemos que tanto en nuestro país como en países vecinos (Colombia, Ecuador, Bolivia, etc.) se ha legitimado la fuerza local o comunal, campesina e indígena, lo que conllevado que estas poblaciones por sí mismas, puedan negociar con las empresas y el Estado sus propios intereses, a fin de satisfacer sus derechos económicos, sociales y culturales; hecho que se fundamenta en su derecho a la autodeterminación, sobre sus tierras y recursos.

Ahora bien, esto se debe, consideramos, a los movimientos ecologistas, ambientalistas, de derechos humanos, etc., que han logrado en parte reconocer que los "nativos" no tienen la misma cosmovisión de desarrollo que contempla occidente y por consiguiente, no tienen porque, en palabras de Escobar, ser reformados tarde o temprano, por el poder hegemónico del primer mundo (ESCOBAR, 2007, pág. 100).

En todo caso, a través de esta propuesta, se destruye o al menos se va desarraigando el concepto de "pobres" y "subdesarrollados" como sujetos universales y preconstituidos, a los miembros de las comunidades y ciudadanos del tercer mundo, en tanto la aceptación de la diversidad cultural y de autodeterminación de los individuos colisiona frontalmente con la homogeneización discursiva (que implica la eliminación de la complejidad y diversidad de los pueblos del Tercer Mundo, de tal modo que un colono mexicano, un campesino nepalí y un nómada tuareg terminan siendo equivalentes como "pobres" y "subdesarrollados"); y la colonización y dominación de las economías y las ecologías humanas y naturales del Tercer Mundo, por quienes detentan el poder hegemónico, en su calidad de ciudadanos desarrollados y civilizados, conforme a los cánones de la cultura occidental (ESCOBAR, 2007, pág. 100).

Esta consagración en todos sus niveles, es una de las consignas de la ecología política en su denominado principio de la liberación, la lucha por la emancipación, la autonomía y libre producción individual.

Por lo tanto, la ecología política bajo esta perspectiva propugna por una democracia participativa, más que representativa, al defender la participación de base y la libertad y al criticar el papel de las autoridades jerárquicas o burocráticas del Estado (MARCELLESI, 2008, pág. 7). Demostrándose así que la ecología política prepondera la legitimidad más que la legalidad en la toma de decisiones.

En ese orden de las cosas, a decir de Escobar, hoy es posible afirmar que las luchas por la diferencia cultural, las identidades étnicas y las autonomías locales sobre el territorio y los recursos están contribuyendo a definir la agenda de los conflictos ambientales más allá del campo económico y ecológico, reivindicando las formas étnicas de alteridad comprometidas con la justicia social y la igualdad en la diferencia (ESCOBAR, 2000, p. 6,13).

IV.     CONCLUSIÓN


A modo de conclusión podemos señalar que, aun cuando no hemos abordado las distintas connotaciones y perspectivas de la ecología política respecto de la propiedad privada e intelectual, salud, seguridad alimentaria, entre otros; esta ideología tiene una visión holística de la tierra y trata de emprender la problemática del binomio, capital y trabajo, considerando un elemento no reconocido o evadido por otras concepciones políticas, como lo es la naturaleza, en su calidad de proveedora de bienes y servicios ambientales, vitales para construir el mundo que conocemos. En ese sentido, su valor e importancia, va más allá de su simple reconvención pecuniaria, pues de no usarse de forma responsable dichos recursos, en el largo plazo se agotarán los insumos del desarrollo conocido.

Asimismo, la ecología política intentar replantearse el  fenómeno de la pobreza y subdesarrollo de los países tercermundistas, atacando la esencia del problema, la subvaluación de sus recursos, empoderando a las comunidades o poblaciones locales a valorar esta perspectiva no sólo desde un punto de vista cultural, sino también económico, en tanto la maquinaria productiva si y solo si puede operar si detenta los recursos necesarios (materias primas). De la misma manera, también reconoce que el desarrollo no es unidimensional, por lo que cada cultura no debe ser despojada de sus creencias ni considerada inferior por no compartir las aspiraciones occidentales.
 
En tal virtud, la ecología política postula por una reingeniería epistemológica para una visión ecológica del mundo, propendiendo a considerarnos parte de un todo, a romper el paradigma que nos ha hecho creer que dominamos los que nos rodea, máxime si es consabido que compartimos el mismo material genético con toda la naturaleza. Por lo que, a todas luces, la labor que se ha trazado es apoteósica.

El ser humano se ha arraigado a la idea de que controla o puede controlar los fenómenos naturales con el mejoramiento de la tecnología y la ciencia, y no quiere rehusar al poder del capital, como referente de intercambio y  estimulo de desarrollo. La ecología política aún está cimentando sus principios y postulados, que con un sentido crítico, reiteramos, intentan reformar el pensamiento humano de miles de años, regresar a un tratamiento horizontal de la naturaleza, a respetarla y considerarla, tal vez no divina, pero al menos  misteriosa, diversa y fundamental para nuestra existencia, presente y futura.

IV.        BIBLIOGRAFÍA

v  Andres, Escobar. (2000) An Ecology of difference: equality and conflict in a glocalized world.
v  Arturo Escobar. (2007). La invención del Tercer Mundo Construcción y deconstrucción del desarrollo. Caracas: Fundación Editorial el perro y la rana.
v  Delgado Ramos. (2013).¿Por qué es importante la ecología política?. Recuperado el 10 de julio de 2014, de revista Nueva Sociedad Sitio web: www.nuso.org/upload/articulos/3927_1.pdf.
v  Enrique Leff. (2003). La ecología política en América Latina. Recuperado el 3 de julio de 2014, de Sociedade e Estado Sitio web: http://www.scielo.br/pdf/se/v18n1-2/v18n1a02.pdf.
v  Florent, Marcellesi. (2008). Ecología política: génesis, teoría y praxis de la ideología verde. Recuperado el 4 de julio de 2014, de Barkeaz Sitio web:pdf.bakeaz.efaber.net/publication/full_text/102/CB85_maqueta_pdf.pdf.
v  Ludwig Von Bertalanffy. (1976). Teoría General de los Sistemas. Madrid: FONDO DE CULTURA ECONOMICA DE ESPAÑA, S.L.
v  Piers Blaikie & Harold Brookfield. (1987). Land Degradation and Society . London: Methuen & Co.




Abogado, Asociado a Soslegal Abogados, titulado en la Universidad San Martín de Porres; con estudios de Maestría en Desarrollo Ambiental, Pontificia Universidad Católica del Perú. 

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