I.
INTRODUCCIÓN
En las últimas décadas se ha
vuelto común escuchar términos tales como cambio
climático, calentamiento global, escasez de recursos, degradación, huella de carbono, conflictos
de uso, desarrollo sostenible,
etc. Palabras estas que denotan una cuestión palpable y que trascienden a toda
la humanidad, materias que dejaron de ser objeto de estudio de un grupo de investigadores
de las ciencias naturales y sociales, o científicos enclaustrados en
laboratorios u observatorios, a saber: el daño al medio ambiente.
Es consabido que el
ambiente, entorno o medio ambiente (este último término considerado un pleonasmo), como generalmente lo
conocemos por su gran difusión, es la conjunción de seres bióticos y abióticos
dentro de un espacio y tiempo determinado, que se relacionan de forma dinámica
e interdependiente.
Cuando hablamos de medio ambiente,
por tanto, nos referimos a un suprasistema
que contiene otros subsistemas -en términos de la Teoría General de los Sistemas
postulada por Von Bertalanffy- y que
involucra a determinados fenómenos naturales y sociales, no solo en su calidad de partes y procesos
aislados, sino también las incidencias de los mismos dentro de una organización
u orden que los unifica, en constante transformación.
Esto quiere decir, entonces, que el planeta Tierra se encuentra en continuo
cambio, y por consiguiente, el ser humano, como parte integrante de la misma,
debe ir evolucionando conjuntamente en todos los aspectos de su existencia, sea
política, social, económica o culturalmente.
Cabe entonces efectuar las
siguientes interrogantes: ¿Que está sucediendo en nuestro entorno para que
términos como los mencionados al inicio de la presente alocución se encuentren
arraigados en el consciente colectivo? ¿Existen políticas eficientes para
enfrentar y remediar los efectos de la acción antrópica sobre el ambiente? ¿La humanidad es consciente del
concepto antes referido sobre el medio ambiente, que engloba tanto a la propia
sociedad como a la naturaleza, en un todo indivisible?
II.
ESBOZO SOBRE LA
RELACIÓN HISTÓRICA ENTRE EL HOMBRE Y SU ENTORNO
Como se ha manifestado, las
interacciones entre los sujetos dentro de un sistema como el medio ambiente son
dinámicas, por lo que se encuentran en constante cambio. Ello significa que la
percepción y consecuente relación del hombre con la naturaleza ha sido distinta
a lo largo de los años.
Analicemos brevemente la coexistencia
de dicho binomio en el curso de las etapas o edades de la historia:
Prehistórica: en
la cual el hombre concebía a la naturaleza como una deidad, que invocaba en
ritos, dotada de poderes mágicos. El hombre mantenía un sentimiento de unidad
con la naturaleza, al extremo de confundirse con la misma;
Antigua: en
sociedades organizadas como los imperios de Egipto, Grecia y Roma, el hombre tenía
mayor control e injerencia sobre la naturaleza sin modificarla
considerablemente, y su economía se sustentaba básicamente en la producción agrícola,
el comercio y la ganadería;
Media: se
profundiza y tecnifica la agricultura dentro de los feudos y empiezan a existir
los denominados cotos de caza, establecidos por los señores feudales, no
existiendo tampoco mayor alternación al ambiente;
Moderna: en
este estadio histórico, conjuntamente con el comercio colonial, se incrementa
la investigación científica (origen de la imprenta), el crecimiento demográfico
(colonizaciones) y el fortalecimiento de una clase mercantil, y
Contemporánea: se
concibe a la sociedad como la cumbre del desarrollo histórico (tanto el
idealismo de Hegel como el positivismo de Auguste Comte) y se arraiga la
explotación de los recursos naturales como consecuencia de la denominada
revolución industrial. Es una sociedad plenamente antropocéntrica, por lo que
se pierde el respeto por la naturaleza como parte de un todo y se considera un
instrumento al servicio del desarrollo.
No hay que negar que la explotación de la
naturaleza por parte de la incipiente industrialización, al inicio, crea un
espacio favorable para el desarrollo de las ciencias naturales. Durante los
años 1840-1850, varios centenares de investigadores de la historia natural se
dedicaron a la práctica y contemplación del campo, y se legisla para proteger
la estética de los paisajes, por lo que se crean varios parques naturales de
conservación: Yellowstone, en los Estados Unidos de América (1872), Parque
Nacional de Europa en Suiza (1914) y el Parque Nacional de la Montaña de
Covadonga en España (1917) (MARCELLESI, 2008).
El umbral
de una conciencia ecologista
La segunda guerra mundial trae consigo devastadoras consecuencias
políticas, económicas y sociales. Ciudades, industrias, nudos ferroviarios y
carreteras quedaron seriamente dañados en todo el continente europeo. Se
calcula que Europa perdió aproximadamente el 50% de su potencial industrial,
así como también ocurrió con Japón. El sector agrícola se vio profundamente vulnerado, originándose una crisis alimenticia
en Europa y parte de Asia.
Dentro de este contexto de debilitamiento de las economías nacionales
europeas, así como de declive de su poder mundial, se fortalece la economía
estadounidense y su presencia en el marco político global, enfrentándose a
nivel ideológico el poder hegemónico con la Unión Soviética.
Se instaura así el Plan Marshall, denominado oficialmente European Recovery Program o ERP,
como una iniciativa de los Estados Unidos de América para la reconstrucción
material y la entrada de Europa en la segunda revolución industrial, a través
de una visión fordista, caracterizada
por una producción y consumo de masas.
Enmarcado en una dialéctica desarrollista y una competencia geopolítica a
ultranza entre el bloque capitalista y el comunista, este plan se suma a un
esfuerzo mundial sin precedentes al servicio de la idea de progreso (MARCELLESI, 2008).
Frente a esta bipolarización del mundo, a finales de los años cincuenta, aproximadamente,
el hombre empieza a darse cuenta de que el desarrollo económico -a través de
una actividad industrial a gran escala- poco a poco estaba devastando y
alterando el equilibrio de las fuerzas de la naturaleza. La protección de la
naturaleza se plantea como un ajuste al margen de la ideología dominante que glorifica
la modernidad, y como una cruzada moral a favor de la estética y la conservación
del entorno natural y de la vida salvaje.
En la década de los sesentas y setentas empieza a fortalecerse el
pensamiento ecologista, el cual se arraiga en los movimientos juveniles de
artistas, pacifistas, feministas, libertarios, propios de esta época de
reflexión y liberación del status quo
imperante, así como por determinados descubrimientos científicos trascedentes,
como el lanzamiento del transbordador Apolo VIII (1968) que emite
una alerta sobre la fragilidad del mundo al capturarse imágenes del planeta, en
las que se observa el terrible poder depredador de la especie humana contra la
misma, y el nacimiento de la hipótesis de Gaia (1969) del investigador
británico James Lovelock, cuya polémica teoría, aún vigente, señala que la
tierra se comporta como un ser viviente que, a través de procesos
fisicoquímicos, se autorregula y mantiene unas condiciones de vida ideales.
Esta revolución mundial de
1968, en la línea del concepto de Wallerstein, marca una ruptura profunda con
los movimientos de la izquierda tradicional y la aparición de nuevas
aspiraciones transformadoras (MARCELLESI, 2008).
Otros hechos que cabe
comentar brevemente, es la publicación de la revista The Ecologist (1970) por el activista británico Edward Goldsmith,
que poseía gran variedad temática y cuyo eje central era el medio ambiente, y
que estimula a sus lectores para que formen grupos y hagan frente a los problemas
globales a una escala local. Asimismo, el nacimiento del grupo Greenpeace
(1971) en Vancouver, Canadá, como consecuencia de los experimentos nucleares
que iban a realizar los Estados Unidos en las islas Aleutianas, Alaska,
precisamente en Amchitka, que iba a afectar el hábitat de colonias de aves de
gran valor ecológico.
Así las cosas, este espíritu
ambientalista en formación, se institucionaliza en la Conferencia de Naciones
Unidas sobre el Medio Humano, realizada entre en Estocolmo, Suecia (1972), que
fue el primer gran discurso de la ONU sobre cuestiones ambientales
internacionales, la cual condujo a la creación Programa de las Naciones Unidas
para el Medio Ambiente (PNUMA), y en donde se proclama que:
“El hombre es a la
vez obra y artífice del medio ambiente que lo rodea, el cual le da el
sustento material y le brinda la oportunidad de desarrollarse intelectual, moral
social y espiritualmente. En la larga y tortuosa evolución de la raza humana en
este planeta se ha llegado a una etapa en que, gracias a la rápida aceleración
de la ciencia y la tecnología, el hombre ha adquirido el poder de
transformar, de innumerables maneras y en una escala sin precedentes, cuanto lo
rodea. Los dos aspectos del medio ambiente humano, el natural y el artificial,
son esenciales para el bienestar del hombre y para el goce de los derechos
humanos fundamentales, incluso el derecho a la vida misma.”
(el subrayado es nuestro)
En abril de 1986, ocurre la
catástrofe de Chernóbil, que a decir de MARCELLESI marca profundamente las mentes y refuerza aún más el imaginario
colectivo ecologista, al evidenciar la globalización y la ausencia de fronteras
para los problemas ecológicos y sus repercusiones sociales, y cuyo ejemplo del
carácter transnacional de la crisis ecológica, como generadora de pobreza e
inseguridad y como paradigma de una sociedad autoritaria basada en un progreso
tecnológico ciego -la lucha contra la energía nuclear- se ha mantenido hasta la
fecha como factor de identificación y señal de identidad de la ecología
política.
En el año 1987 se publicó el
Informe Nuestro Futuro Común -Informe Brundtland- en el que se define por primera
vez el desarrollo sostenible como el
que responde a las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las
generaciones futuras para responder a las propias.
Frente a estas y otras
circunstancias, que podría ser materia de un vasto estudio, en el año 1992 se
llevó a cabo la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y el
Desarrollo (Rio, Brasil); surge el derecho del medio ambiente como derecho de
tercera generación, reafirmándose y ampliándose los alcances de la mencionada
Conferencia de Naciones Unidas sobre el Medio Humano.
En esta conferencia, se
reconoció que la acción antrópica desmesurada puede dañar gravemente las
condiciones del ambiente, vulnerándose de esa manera el derecho de la persona a
una vida saludable y productiva, en armonía con la naturaleza, acotándose que
los seres humanos constituyen el centro de las preocupaciones relacionadas con
el desarrollo sostenible (principio 1), y en adición que, el ambiente como
fuente de insumos necesarios pero finitos, para nuestra subsistencia como
especie, debe aprovecharse en armonía y
equilibrio con la naturaleza, por lo que la actividad productiva y el
crecimiento económico debe ser sustentable. El principio 3 del referido
instrumento internacional sobre el particular a la letra dice: “El derecho al desarrollo debe ejercerse en
forma tal que responda equitativamente a las necesidades de desarrollo y
ambientales de las generaciones presentes y futuras”.
Luego
de ello, se han realizado numerosas conferencias y reuniones internacionales
sobre la problemática ambiental, que como mencionamos en párrafos anteriores no
abundaremos, no obstante ello, aún no se ha podido abordar realmente el fondo
de la cuestión, que se entrevé desde la realización de las conferencias de
Estocolmo y Rio, la cual es que, el hombre desde su concepción
antropocéntrica o eje central de todo lo que nos rodea, escritor y personaje de
su propia historia, ha siempre relegado la crucial importancia de la naturaleza
como parte activa de sí mismo, como continente y contenido de lo existente,
visión filosófica que pretende materializar lo que se conoce como ecología política.
III.
ECOLOGÍA POLÍTICA
Según su definición etimológica, se debe entender por ecología política
al lugar (polis: ciudad estado y forma de organización política basada en esta)
donde se estudia (logos) o debate sobre lo que se hace en la casa (ecos). En
otras palabras, la ecología política es aquella ideología política que tiene
por objeto estudia, regular y dirigir, a través de
estrategias, planes, inversión pública, concienciación de las masas,
legislación y otros instrumentos, las interacciones de la sociedad y la
naturaleza como partes dinámicas e interdependientes dentro del gran ecosistema
de nuestro planeta.
En esa línea de pensamiento, a decir de Enrique Leff, la ecología
política construye su campo de estudio y de acción en
el encuentro y a contracorriente de diversas disciplinas, pensamientos, éticas,
comportamientos y movimientos sociales. Allí colindan, confluyen y se confunden
las ramificaciones ambientales y ecológicas de nuevas disciplinas: la economía
ecológica, el derecho ambiental, la sociología política, la antropología de las
relaciones cultura-naturaleza, la ética política (LEFF, 2003, pág. 18).
Ahora bien, según Paul Robbins citado por
Delgado Ramos, el primer concepto de ecología política que fue acuñado por Eric
Wolf, en su trabajo Ownership
and Political Ecology (1972), versa sobre dos elementos
claves. Por un
lado, la cuestión del acceso de cara a la propiedad de los recursos, y por
otro, las dinámicas de la gestión de los territorios con visión de largo plazo
y de innegable naturaleza colectiva frente a la propiedad privada, las acciones
individuales y la gestión cortoplacista (DELGADO,
2013).
En ese sentido, como bien lo manifiestan Blaikie y Brookfield en su
obra colectiva Land Degradation and Society, la complejidad de las relaciones
entre la naturaleza y el hombre, su interacción, las distintas escalas
geográficas, los niveles de organización socioeconómicos así como las
contradicciones existentes entre el desarrollo social y los cambios climáticos
en el tiempo, hace necesaria la concepción de una ecología política (regional).
(BLAIKIE y BROOKFIELD, 1987)
Ahora bien, Florent Marcellesi, nos dice que la ecología política
introduce novedosos conceptos a la relación entre el capital y trabajo -que han
definido hasta la fecha las dos corrientes políticas dominantes con sus
diversas matices, el capitalismo y el socialismo- como son la solidaridad
planetaria, intergeneracionalidad y interespecies, los cuales redefinen la forma como
entendemos la relación entre la humanidad y la naturaleza, en tanto la primera
debe comprender que su actuar se debe regir por normas y reglas que
internalicen el valor intrínseco del ecos, como parte integrante y en
relación horizontal con la misma.
Por consiguiente, se puede señalar en principio, que uno de los puntos
neurálgicos de esta nueva forma de gobierno o ideología es
considerar dentro de las políticas nacionales e internacionales el valor per se
de la naturaleza,
no sólo por su rentabilidad o rendimiento crematístico, como eslabón (materia
prima) dentro del proceso productivo, sino por su
función primaria dentro de este suprasistema natural, como es la tierra, que congrega
a diversos factores bióticos y abióticos, los mismos que brindan servicios
ambientales vitales para la susbsistencia equilibrada del todo y por ende,
deben ser distribuidos equitativamente, en tanto bienes comunes a la humanidad.
Habiendo trazado algunos conceptos generales de la ecología política, a
continuación deshilaremos con mayor profundidad las principales preocupaciones
que le han dado origen a esta ideología, aún en pleno proceso de crecimiento y consolidación.
Utilitarismo o instrumentalización de la naturaleza
Leff nos dice que antiguamente la concepción de lo natural era lo que
tenía “derecho de ser”, tal como se manifestó en páginas arriba cuando
describimos brevemente la relación histórica del hombre con la naturaleza; sin
embargo, en la modernidad, la naturaleza se convirtió
en objeto de dominio de las ciencias y de la producción, al tiempo que fue
externalizada del sistema económico; se desconoció así el orden complejo y la
organización ecosistémica de la naturaleza, en tanto que se fue convirtiendo en
objeto de conocimiento y en materia prima del proceso productivo (LEFF, 2003, pág. 22)
Esto quiere decir, para los partidarios de la ecología política, que la
complejidad viva y real de la naturaleza se subsumió dentro la concepción
económica y lógica de los recursos escasos, convirtiéndola en una variable que
en conjunción con la fuerza de trabajo nos da un margen o utilidad dentro de
una ecuación.
Sobre el particular y haciendo una crítica epistemológica, Florent
Marcellesi objeta duramente el hecho de que, la
regulación de un sistema vivo no se puede realizar a partir de un nivel de
organización inferior como es la economía, que actúa con sus propias
finalidades. Ello
por cuanto, la economía es parte integrante de la
sociedad, ella misma parte de la biosfera. Por lo tanto, el mercado —que no es
más que una parte de la economía— no puede imponer su modo de funcionamiento al
resto de los niveles. Sólo una organización controlada por finalidades globales
tiene legitimidad en un sistema ecologista (MARCELLESI, 2008, pág. 5).
Ahora, hay que rescatar que Marx indirectamente reconoció que el valor
de la tierra no sólo está determinado por el trabajo del hombre sino también
por las fuerzas de la naturaleza que coadyuvan a este último. Tal es así que
existen corrientes de políticos verdes o ecologistas que pertenecen a lo que se
denomina ecosocialismo (BLAIKIE y BROOKFIELD, 1987).
La naturaleza ha sido, en consecuencia, minimizada y concebida por una
abstracción social como la economía, en un simple factor de flujo unidimensional
del valor dentro del esquema de la productividad económica, mermándose así su
real dimensión y siendo pasible de ser reemplazada por otros valores que sean
equivalentes en rentabilidad o utilidad.
En ese sentido, los ecologistas consideran también que el concepto de desarrollo
sostenible,
desde su perspectiva débil, legitimado en el principio
contaminador-pagador no es más que un claro ejemplo de una visión crematística de la
naturaleza, la cual debe superarse, para un verdadera protección de la
naturaleza.
Sobreexplotación,
distribución desigual de los recursos y la pobreza aún imperante
Este punto aborda un tema decisivo dentro de la filosofía de la
ecología política que responde a la siguiente interrogante ¿cuáles son las
formas de producir, consumir y distribuir en una sociedad global diferenciada?,
donde el crecimiento económico, en relación con la disposición de recursos,
beneficia a un sector determinado de la sociedad, o de estados” dominantes”,
dejando en la marginalidad a poblaciones enteras.
En primer lugar, debemos señalar que la distribución ecológica designa las
asimetrías o desigualdades sociales, espaciales, temporales en el uso que hacen
los humanos de los recursos y servicios ambientales, comercializados o no, es
decir, la disminución de los recursos naturales (incluyendo la pérdida de
biodiversidad) y las cargas de la contaminación. (MARTÍNEZ, citado por LEFF,
2003, pág. 20)
La citada explicación podremos comprenderla mejor del simple análisis
de los datos obtenidos por Delgado Ramos, en su artículo ¿Por qué es importante la ecología
política?, a saber:
§ La población a nivel mundial solo
creció cuatro veces a lo largo del siglo xx, empero, el consumo promedio de
energía aumentó 12 veces, el de metales 19 veces y el de materiales de
construcción –como en el caso del cemento– hasta 34 veces.
§ A finales del siglo xx, 20% de la
población concentraba 83% de la riqueza, mientras que el 20% más pobre solo se
adjudicaba 1,4% de esta.
§ En el año 2010 se estimó un
metabolismo socioeconómico cuya intensidad energética y material fue del orden
de 60.000 millones de toneladas de materiales al año y unos 500.000 petajoules de energía primaria. El 10% de
la población mundial acaparaba entonces 40% de la energía y 27% de los materiales
al tiempo que las asimetrías socioeconómicas seguían prácticamente impertérritas.
§ El estadounidense promedio genere
más basura que cualquier otro habitante del planeta. Estados Unidos es altamente
despilfarrador: con solo 5% de la población mundial, es responsable de 25% de
la generación mundial de basura, con 389,5 millones de toneladas de residuos
sólidos al año (o 18 veces el peso de toda la población adulta de ese país).
De la lectura de estos datos, es a todas luces injusta la brecha en la distribución
de los beneficios de la explotación de los recursos naturales a nivel mundial,
ya sea entre estados (desarrollados y subdesarrollados) así como entre
distintos grupos poblacionales, en tanto partimos de la premisa que la
apropiación, transformación, distribución, consumo de energía y materiales, que
dichos recursos nos provee, son generalmente finitos, por lo que la
distribución de sus beneficios debe ser equitativa y solidaria, tanto para las
generaciones presentes como futuras.
Esto conlleva, por tanto, a
la marginalidad de dichos pueblos, quienes se mantienen dentro del espectro
informal, sin oportunidades laborales, que carece de servicios básicos,
seguridad social, sin participación o injerencia en las decisiones del estado,
etc. (BLAIKIE y BROOKFIELD, 1987).
Generándose asimismo, debido
a los efectos interactivos entre los sujetos que conforman un determinado
ecosistema, como bien refieren los citados autores, un impacto mayor en el
ambiente porque el mismo se degrada tanto por la desmedida explotación de las
poblaciones dominantes o favorecidas, por el deseo de incrementar sus ingresos
económicos, así como por los bajos niveles de crecimiento que mantienen a un
sector de la población en la marginalidad, lo que ocasiona que este grupo
contamine, aún más, desde que emplea tecnología precaria para la explotación de
los recursos a su disposición.
Tenemos así que, aún persisten países “subdesarrollados”
en vías del desarrollo, como el nuestro, exportadores básicamente de materias
primas, cuyo estado de pobreza no es
consustancial a una esencia cultural o a su limitación de recursos, sino que
resulta de su inserción en una racionalidad económica global que ha sobreexplotado
a su naturaleza, degradado a su ambiente y empobrecido a sus pueblos (LEFF,
2003, pág. 21).
Por otro lado, hay que tener
en cuenta que la cosmovisión de los pobladores o grupos sociales que hacen uso
de los distintos recursos naturales que prevé la tierra es variada, pese a
ello, se pretende desde la perspectiva occidental y capitalista, según afirman
los partidarios de la ecología política, subyugarlos a procesos e intereses que
no se condicen con su realidad, lo que aunado al hecho que existen grandes
empresas o grupos económicos que explotan sus conocimientos ancestrales, sin derecho
ni retribución equitativa, se ocasiona a la larga que, dentro del sistema
económico hegemónico, sigan manteniéndose en la pobreza y marginalidad.
Esto, a decir de Enrique
Leff, perpetúa un despojo histórico, del
pillaje de la naturaleza y subyugación de sus culturas que se enmascara en un
mal supuesto efecto de la dotación y uso eficaz y eficiente de sus factores
productivos. (LEFF,
2003, pág. 21).
La diferenciación y autodeterminación de los pueblos y
entidades étnicas
La ecología política reconoce
las luchas de poder por la distribución de bienes materiales, pero también y
con carácter especial, el valor ideal o conceptualizaciones de los grupos
culturales respecto de la naturaleza como parte de su identidad y existencia.
En esa línea, el Informe
Brundtland, ha reconocido que la mejor manera para alcanzar un desarrollo
sostenible es la descentralización del control de los recursos y la transmisión
del derecho de voz y voto a las comunidades locales.
Al respecto cabe destacar que,
según la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos
Indígenas, adoptada por el Consejo de Derechos Humanos en junio de 2006 y por
la Asamblea General en septiembre de 2007, los pueblos indígenas tienen derecho
a la autodeterminación y derechos sobre sus tierras y recursos.
Por otro lado, el derecho al
goce de su propia cultura, a la profesión y práctica de su religión o lengua de
las minorías étnicas, religiosas y lingüísticas, se ha consagrado en el artículo
27 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos.
En ese sentido, tenemos que
tanto en nuestro país como en países vecinos (Colombia, Ecuador, Bolivia, etc.)
se ha legitimado la fuerza local o comunal, campesina e indígena, lo que
conllevado que estas poblaciones por sí mismas, puedan negociar con las
empresas y el Estado sus propios intereses, a fin de satisfacer sus derechos
económicos, sociales y culturales; hecho que se fundamenta en su derecho a la
autodeterminación, sobre sus tierras y recursos.
Ahora bien, esto se debe, consideramos,
a los movimientos ecologistas, ambientalistas, de derechos humanos, etc., que
han logrado en parte reconocer que los "nativos" no tienen la misma
cosmovisión de desarrollo que contempla occidente y por consiguiente, no tienen
porque, en palabras de Escobar, ser
reformados tarde o temprano, por el poder hegemónico del primer mundo (ESCOBAR,
2007, pág. 100).
En todo caso, a través de
esta propuesta, se destruye o al menos se va desarraigando el concepto de "pobres" y
"subdesarrollados" como sujetos universales y preconstituidos, a
los miembros de las comunidades y ciudadanos del tercer mundo, en tanto la aceptación de la diversidad
cultural y de autodeterminación de los individuos colisiona frontalmente con la
homogeneización discursiva (que implica la eliminación de la complejidad y
diversidad de los pueblos del Tercer Mundo, de tal modo que un colono mexicano,
un campesino nepalí y un nómada tuareg terminan siendo equivalentes como
"pobres" y "subdesarrollados"); y la colonización y
dominación de las economías y las ecologías humanas y naturales del Tercer
Mundo, por quienes detentan el
poder hegemónico, en su calidad de ciudadanos desarrollados y civilizados,
conforme a los cánones de la cultura occidental (ESCOBAR, 2007, pág. 100).
Esta consagración en todos
sus niveles, es una de las consignas de la ecología política en su denominado
principio de la liberación, la lucha por la emancipación, la autonomía y libre
producción individual.
Por lo tanto, la ecología
política bajo esta perspectiva propugna por una democracia participativa, más
que representativa, al defender la
participación de base y la libertad y al criticar el papel de las autoridades
jerárquicas o burocráticas del Estado (MARCELLESI, 2008, pág. 7). Demostrándose
así que la ecología política prepondera la legitimidad más que la legalidad en
la toma de decisiones.
En ese orden de las cosas, a
decir de Escobar, hoy es posible afirmar que las luchas por la diferencia
cultural, las identidades étnicas y las autonomías locales sobre el territorio
y los recursos están contribuyendo a definir la agenda de los conflictos
ambientales más allá del campo económico y ecológico, reivindicando las formas étnicas de alteridad comprometidas con
la justicia social y la igualdad en la diferencia (ESCOBAR, 2000, p. 6,13).
IV. CONCLUSIÓN
A modo de conclusión podemos
señalar que, aun cuando no hemos abordado las distintas connotaciones y
perspectivas de la ecología política respecto de la propiedad privada e
intelectual, salud, seguridad alimentaria, entre otros; esta ideología tiene
una visión holística de la tierra y trata de emprender la problemática del
binomio, capital y trabajo, considerando un elemento no reconocido o evadido
por otras concepciones políticas, como lo es la naturaleza, en su calidad de proveedora
de bienes y servicios ambientales, vitales para construir el mundo que
conocemos. En ese sentido, su valor e importancia, va más allá de su simple
reconvención pecuniaria, pues de no usarse de forma responsable dichos
recursos, en el largo plazo se agotarán los insumos del desarrollo conocido.
Asimismo, la ecología
política intentar replantearse el
fenómeno de la pobreza y subdesarrollo de los países tercermundistas,
atacando la esencia del problema, la subvaluación de sus recursos, empoderando
a las comunidades o poblaciones locales a valorar esta perspectiva no sólo
desde un punto de vista cultural, sino también económico, en tanto la
maquinaria productiva si y solo si puede operar si detenta los recursos
necesarios (materias primas). De la misma manera, también reconoce que el
desarrollo no es unidimensional, por lo que cada cultura no debe ser despojada
de sus creencias ni considerada inferior por no compartir las aspiraciones
occidentales.
En tal virtud, la ecología
política postula por una reingeniería epistemológica para una visión ecológica
del mundo, propendiendo a considerarnos parte de un todo, a romper el paradigma
que nos ha hecho creer que dominamos los que nos rodea, máxime si es consabido
que compartimos el mismo material genético con toda la naturaleza. Por lo que, a
todas luces, la labor que se ha trazado es apoteósica.
El ser humano se ha
arraigado a la idea de que controla o puede controlar los fenómenos naturales
con el mejoramiento de la tecnología y la ciencia, y no quiere rehusar al poder
del capital, como referente de intercambio y
estimulo de desarrollo. La ecología política aún está cimentando sus
principios y postulados, que con un sentido crítico, reiteramos, intentan
reformar el pensamiento humano de miles de años, regresar a un tratamiento
horizontal de la naturaleza, a respetarla y considerarla, tal vez no divina,
pero al menos misteriosa, diversa y
fundamental para nuestra existencia, presente y futura.
IV.
BIBLIOGRAFÍA
v Andres, Escobar. (2000) An Ecology of difference: equality and conflict in a glocalized world.
v Arturo
Escobar. (2007). La invención del Tercer Mundo Construcción y deconstrucción
del desarrollo. Caracas: Fundación Editorial el perro y la rana.
v Delgado
Ramos. (2013).¿Por qué es importante la ecología política?. Recuperado el 10 de
julio de 2014, de revista Nueva Sociedad Sitio web: www.nuso.org/upload/articulos/3927_1.pdf.
v Enrique
Leff. (2003). La ecología política en América Latina. Recuperado el 3 de julio
de 2014, de Sociedade e Estado Sitio web:
http://www.scielo.br/pdf/se/v18n1-2/v18n1a02.pdf.
v Florent,
Marcellesi. (2008). Ecología política: génesis, teoría y praxis de la ideología
verde. Recuperado el 4 de julio de 2014, de Barkeaz Sitio
web:pdf.bakeaz.efaber.net/publication/full_text/102/CB85_maqueta_pdf.pdf.
v Ludwig
Von Bertalanffy. (1976). Teoría General de los Sistemas. Madrid: FONDO DE
CULTURA ECONOMICA DE ESPAÑA, S.L.
v Piers Blaikie & Harold Brookfield. (1987). Land
Degradation and Society . London: Methuen & Co.
Abogado, Asociado a Soslegal Abogados, titulado en la
Universidad San Martín de Porres; con estudios de Maestría en Desarrollo
Ambiental, Pontificia Universidad Católica del Perú.
No hay comentarios:
Publicar un comentario